martes, diciembre 06, 2005

Dos conciertos

Terrible es el destierro y, sin embargo, tiene sus compensaciones.
Hace años ya, le hice una petición a un conocido, novio de una amiga. El hombre respondió con un reto: si Rush, el grupo de rock canadiense, tuviera alguna presentación en México, yo tendría boletos preferenciales.
Más que ganarle, hubiera preferido convertirme en su amigo (siempre he tenido debilidad por las personalidades brillantes). Pero esa es otra historia. El punto es que, ese, mi grupo favorito, dio un concierto en México. Una sola función. Solo para demostrarles a los incrédulos, a los falsos profetas y a “los hombres de poca fe” que sí, que ellos existían.
El concierto fue tal como lo escuché tantas veces antes en sus grabaciones en vivo. Fueron tres horas de música pura y dura. De la maestría de Neil Peart; del gritante de Geddy Lee, vocalista (que por lo menos ya aprendió a moderarse un poco) y de Alex Lifeson, un guitarra siempre fiel. Y en asientos de tercera fila, gracias a las cortesías de quien nunca pasará de grato conocido.
No había sentido ese síndrome de Stendahl hasta hace dos semanas, acá, en Barcelona. Un hombre, leyenda ya y a quien creía muerto se presentó, o mejor dicho, “resucitó tras tres días”, para dar un claro ejemplo de la belleza de la música.
El señor Dave Brubeck y su cuarteto.
Pensarlo y recordarlo hace que se me erice la piel.
Tocaron tanto y tan poco. Cuatro caballeros en límpida etiqueta negra, interpretaron Pennies from heaven, The way you look tonight, Stormy weather, Caravan, Aleluja (de la misa de Dave Brubeck) y cerraron con Take five.
Espero que hoy, 6 de diciembre del 2005, el maestro Brubeck disfrute en su cumpleaños número 85 tal como lo tiene planeado: tocando con sus hijos, acompañados nada menos que por la Orquesta Filarmónica de Londres.
Sólo me pesó el destierro en una cosa: me hubiera gustado que mi padre, el hombre que me introdujo a jazz, y en particular a este músico, hubiera estado allí conmigo. Pero supongo que es alguna especie de maldición. Con Rush también me faltó un gran amigo: el maestro Alberto Chimal.

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