sábado, agosto 19, 2006

Episodio de guerra

Pasada la primera mitad del siglo antepasado, el ejército francés trató de conquistar México. Y esa intervención ha dado para una cantidad increíble de historias.
Cuenta mi abuelo que, en una de tantas batallas, el ejército francés hizo prisioneros a varios militares mexicanos. El coronel francés, en el más puro estilo europeo, ordenó que se les diera de comer a los cautivos, con la condición de que se fusilara a quienes no supieran usar los cubiertos.
–En aquellos tiempos la convención de Ginebra no existía, así que supongo que los coroneles podían hacer lo que les viniera en gana con sus prisioneros.–
Pues bien, algunos oficiales republicanos se salvaron y otros, no.
Ya se sabe cómo es la guerra.
Tiempo después, cuando la fortuna dejó de brillarles a los franceses, el coronel y sus oficiales fueron capturados por el mismo capitán mexicano que antes había sido su prisionero.
Cuando legó el momento de darles de comer, el capitán ordenó: “Denles tortillas. Y me fusilan a los que no se coman los cubiertos.”

viernes, agosto 18, 2006

Escena corporativa

En sus primeros años de trabajo en Automex, mi papá tenía un jefe inglés que se llamaba Jerry Roach.
A pesar de haber vivido muchos años en México, Jerry nunca aprendió a hablar bien español, aunque su forma de expresarse y de relacionarse con los demás reflejaban esa larga estancia en el trópico, lejos de la pérfida Albión.
Mi padre platica una anécdota que ejemplifica perfectamente ese su particular sentido del humor.
En aquel entonces, Automex estaba estrenando instalaciones en Toluca –quienes conozcan la ciudad han visto, al entrar desde México, los grandes conos blancos de los almacenes de refacciones, aunque ahora la empresa tiene otro nombre –. El jefe de Mantenimiento, Juan de Dios, estaba constantemente corriendo de un área a otra, “apagando fuegos” que los ingenieros civiles y los arquitectos no habían considerado en el proyecto original.
Pues bien, un día Jerry estaba lidiando con su asistente, un novato, cuando alguna emergencia ocurrió. Jerry, sin dar más explicaciones, le gritó a su asistente: “Llame a Dios”.
El chico se quedó helado y no supo que hacer.
Jerry se le quedó viendo e insistió: “Llame a Dios”. Y el asistente sin saber qué hacer.
Finalmente, en un golpe de inspiración, el muchacho se hincó y comenzó: “Padre Nuestro, que estás en los cielos…”.
A Jerry se le desorbitaron los ojos. “No, no, no, a ese Dios no, si viene ¡qué hacemos! Llame al de Mantenimiento”.

Ya por escrito, la historia pierde gran parte de su gracia. O, tal vez, nunca la ha tenido y es sólo que mi papá, en su inocencia propia de ingeniero, jamás puede contarla completa sin interrumpirse de risa.