jueves, enero 19, 2006

Imágenes barcelonesas (XI)
No puedo negar que me sorprendí cuando me abordó. Me preguntó por un bar dominicano del que yo tenía un cierto recuerdo: allí festejamos el cumpleaños de una compañera de la maestría a inicios del verano.
Le dije que el nombre me era familiar, pero no recordaba bien en dónde estaba. Había dos opciones y, la verdad, sería más fácil acompañarla que explicarle.
Dudaba.
No la culpo. No es normal que un desconocido se ofrezca a hacerla de guía, menos aún de noche y con frío. Sin embargo, ¿cuál es la posibilidad de que se le pidan instrucciones a un asesino en serie?
Supongo que ella pensó lo mismo y aceptó. Pero seguía nerviosa: siguió hablando y diciendo bromitas sobre el frío, sobre el no tener la dirección correcta del bar, sobre el llevar un regalo y no sólo su sonrisa.
Yo contestaba con pequeñas galanterías.
Muy pronto dijo mucho: venía a la fiesta de despedida de – ¡qué casualidad! – una pareja de mexicanos, compañeros de su nuevo trabajo.
Vestía un largo abrigo blanco y jugueteaba de continuo con un paquete rojo – el complemento a la sonrisa, pensé.
Encontramos el bar a la primera y me despedí en la puerta.
“¿Quieres entrar a beber algo?”
Tentador y todo, no acepté la invitación. “Otra vez será”.
Me fui con sentimientos encontrados. No le pregunté su nombre, su teléfono, nada. La verdad es que, para ligar, soy un individuo más bien inofensivo. Sencillamente, nunca reconozco el tempo.