jueves, mayo 19, 2011

Menú para una noche especial
Sashimi de atún en salsa de fresa o vinage balsámico.
Maridaje: Beaujolais nouveau o Montepulciano d'Abruzzo.
Compota de foie o, mejor aún, montado de foie gras a la plancha sobre un trozo de sirloin sellado.
Trufa de chocolate blanco en espejo de mandarina con pimienta.
Maridaje: Scotch de 18 años con un hielo grande.
Lecturas simultáneas

Siendo como soy un culo inquieto, sobre todo en lo referente a la lectura, nunca se me ha dado la disciplina ni la constancia suficiente para dedicar mi atención a un solo libro. Aquellos títulos que me he leído de un tirón (y puedo mencionar como ejemplos Drácula de Bram Stoker o El halcón maltés de Hammett) sólo sirven para compensar aquellos que ni siquiera he podido terminar (en este rincón de la ignominia están La divina comedia, que no he pasado del Purgatorio, Historia verdadera de la conquista de la Nueva España, el Quijote o la Biblia).

Pero ese dejar y reiniciar o retomar no es privativo de textos largos o complejos, si bien es cierto que esas características tienden a fomentar las lecturas tangenciales, suplementarias o de escape.
Ahora mismo estoy brincoteando entre cuatro libros: Cuentos clásicos de Ray Bradbury (la versión de bolsillo de Bantam Books), el Tractatus de Ludwig Wittgenstein, Gödel, Escher, Bach de Douglas Hofstadter y Cómo hablar de los libros que no se han leído de Pierre Bayard.
Hay ciertas razones para la postergación y la lectura intermitente de estos cuatro ejemplares. Mi aventura con Hostadter y con Wittgenstein son ejemplos claros de lo que los gringos llaman “ojos más grandes que el estómago”. Digerir semejantes mamotretos requiere tal esfuerzo que a mi inteligencia le duelen las mandíbulas.
El Tractatus es engañoso: su aparente esbeltez y la facilidad de algunos de los “aforismos” que lo conforman pueden generar la idea (muy equivocada) de su cercanía, cuando realmente está a años luz de distancia de mi plena capacidad de comprensión.
Gödel, Escher, Bach es por lo menos mucho más franco: a simple vista se ve que hay que consumir kilos y kilos de fibra para poder metabolizar ese tabique.
Por la manera en que lo estoy planteando parecería que Bradbury es un divertimento y una pausa entre estos tratados de ciencia y filosofía. Nada más cercano a la realidad. Por alguna razón, a pesar de que me encantan sus cuentos –y que incluso, leyéndolo, he reconocido su influencia en mi propio estilo de redacción-, la fragmentación propia de esta colección, que reúne relatos de Las manzanas doradas del Sol y R is for Rocket (supongo que la versión en castellano debe ser algo así como “C de Cohete”), invitó desde el principio a mi inconstancia.
Bayard llegó de forma más reciente y fortuita.
Para matar el tiempo mientras esperaba a un amigo, entré en una librería (error craso: ¡yo soy peligroso en las librerías! Hay personas que entran a un bar mientras esperan y se beben una cerveza, otros van y se ligan a quien se les para enfrente. Si yo entro a una librería, ¡compro libros!). El saldo fueron tres libros: dos de BeF y el mentado Bayard. BeF está en espera. De Bayard he recorrido ya el 60%.
De este divertido ensayo he sacado varias cosas en concreto. La más interesante y creo que ya ha sido objeto de muchas discusiones previas, es que la lectura de un libro nunca es completa, amén de que la memoria de otros libros y el olvido de ese mismo lo hacen inasible. Así, lo único que nos quedará de la lectura es el libro interior, un libro conformado por lo que hemos podido retener e interpretar con base en nuestro bagaje individual, haciéndolo único y personal, ajeno al que escribió el autor o leyeron otros lectores, y acotado a su vez por el libro colectivo, generado por la relación que hay entre esta lectura y la de otros libros relacionados.
Bayard, Bradbury, Wittgenstein y Hofstadter se enfrentan además de a mi lectura dispersa, a la lucha por la oportunidad. Mi tiempo de lectura se limita a los desplazamientos entre casa y oficina. Así, el avance va lento y no siempre es factible. La lluvia hace que a veces deje algún libro en el trabajo, con lo que, al día siguiente, tomaré alguno otro para la lectura matutina. Así, mis libros son viajeros y cambian de residencia de forma intermitente.
Leer en la noche, en casa, no es posible. La culpa la han tenido cuatro series de televisión, de las cuales ya hablaré después.