viernes, julio 10, 2009

Elegía I

Conocí a Thorsten Grawe cuando trabajaba en la empresa química. Él es el responsable de que yo pueda decir maldiciones en alemán. A regañadientes, lo convencí de que me enseñara dos malas palabras y una frase amable: Arschloch, Teufel y Was kann Ich für Sie tun? (o machen, dependiendo del humor).
Era alto, atlético y usaba el cabello muy corto. De él decían que era muy amigable. Nunca lo supe. Algo no llegó a hacer clic entre nosotros.
Cuando renuncié a la empresa, él se borró de mi mente como casi todo lo que había hecho allí.
-Tengo que admitirlo. Todo lo relacionado a esa firma me intimidaba.-
Años después supe que, en una noche de copas, Thorsten, que casi nunca bebía, tomó un taxi para ir, completamente sobrio, del bar a la oficina para recoger su coche e irse a casa.
Tres calles antes de llegar, un auto conducido por una chica ebria se pasó un alto y embistió el lado del pasajero.
En el más puro lugar común de la corrupción tercermundista, mientras el conductor del taxi y su pasajero estaban inconscientes y eran subidos a una ambulancia, la muchacha sobornó a los policías para que la dejaran irse.
Thorsten nunca despertó.
Murió camino al hospital.
Sus padres tuvieron que venir desde Alemania a lidiar con trámites burocráticos, civiles, penales y diplomáticos, hasta poder llevárselo con ellos.
Al entregar el cuerpo, un oficial de policía, aparentemente arrepentido, les dio los datos de la conductora. No supe si hicieron algo. Supongo que no.
Ahora, que le recuerdo, su imagen se ve mezclada con los únicos dos detalles que tengo de él y le imagino diciendo palabrotas en alemán mientras tiene una muerte estúpida y surrealista a bordo de una ambulancia.

Esa idea me llena de angustia y de pena.