martes, octubre 07, 2003

Vive La Revolución!

Toma de La Bastilla

A mis escasos tres meses de antigüedad con los jugueros ha ocurrido lo innombrable: el gran patrón, el director general, ha sido despedido. Junto con él salieron otros cinco grandes jerarcas, jefes de muchas plumas y varios penachos. Entre ellos, mi amado jefe (¿debería decir ya “exjefe”?).
Para aquellos familiarizados con la vida corporativa o con la burocracia (siempre creativa y fecunda) esta situación les será conocida. El saber, o peor aún, el no saber qué será de nosotros, si “saldremos en la foto” o no, es bastante estresante.
Si pudiera desligarme por completo, este sería un momento ideal para teorizar con respecto al tipo ideal de liderazgo necesario en estas situaciones. Hablar sobre las virtudes deseables en una campaña de comunicación interna que trate, en todo lo posible, de disminuir el rumor y la incertidumbre.
Pero esa no es mi intención. Tal vez lo sería después, ofreciendo si no consejos prácticos, por lo menos una buena lista de lo que se debe evitar. Un consejo sí es válido: hay que ser lo más franco posible, calmando a la gente, pero sin crear falsas expectativas.

El Terror

Una de las situaciones más graves se da cuando, después de una filtración de algún tipo, un grupo de trabajo sabe que sólo una cantidad reducida de sus miembros quedarán en la organización. Entonces una guerra interna se inicia por tratar de sobrevivir, pues los miembros quedan tentados a mostrar sus mejores colores, su “ropaje de apareamiento”, para conquistar así al hipotético tomador de decisiones y convencerlo de que no los deseche. En otras palabras, se descubre que de pronto todo el mundo “jala agua para su molino”, anteponiendo su supervivencia a cualquier proyecto o trabajo pendiente.
Muy común también en estas situaciones es que los objetivos a mediano y largo plazo queden abandonados y dispersos. Los equipos se enfrentan a una casi total falta de dirección, pues el desconocimiento generalizado invita a postergar “hasta que las aguas tomen su cause” o “el asunto se enfríe”. Mientras tanto, quienes intentan hacer algo, lo más seguro es que sean víctimas de esa misma falta de visibilidad (que no de visión), pidiendo proyectos, reportes y escenarios poco definidos o claros.
Ante esto, las pocas actividades tienden a repartirse entre muchos, quienes desean, uno, mantenerse ocupados, y dos, demostrar su maestría y experiencia en la actividad. Resultado: proyectos pequeños, que demandan poco tiempo, realizados por muchas personas a la vez, exacerbados por la falta de una guía clara. Lo cual demuestra, aún más, lo que en inicio se querría tal vez ocultar: la duplicidad de funciones.
Ese es nuestro caso en particular. ¿Se imagina usted a un par de gerentes de la misma área acudiendo a la misma junta a preguntar exactamente lo mismo? Pues sí, eso vivimos. Evidentemente, alguien sobra.

Mademoiselle Le Guillotine

Como se comprenderá, con mi escaso conocimiento de la empresa y corta vida laboral, no puedo evitar sentir que mi esperanza de estadía es poco firme. Mi salida sería mucho más barata que la de mis pares. Incluso me he topado con un dilema que en otra situación se me antojaría absurda: ¿debo incluir en mi curriculum vitae a esta empresa a tan sólo tres meses de haber entrado?
Por otro lado, sé que mis conocimientos en ciertas tareas específicas son superiores a los de mis pares. Sé que la decisión dependerá, no tanto de quién sea mejor en lo específico, sino quién acomoda mejor el perfil final de las posiciones disponibles.
Este grave movimiento de capas superiores ha servido como preludio a una reestructuración mayor. La compañía ha tendido a engrosar y es momento de cortar la grasa. Pero todo indica que no se usará un bisturí. La firma de consultores externos (¡tan expertos en tantas cosas!) ha promocionado la idea de un recorte del 50% del valor del costo de personal. Importante: el valor, no las cabezas. Esto significa que para variar no tendremos las típicas reducciones de obreros. No. ¡Sean bienvenidas las cabezas de los dioses al holocausto!
En palabras de estos filósofos de la Revolución: “Cortaremos. Si tocamos carne y notamos que fluye sangre y tenemos que recontratar… pues recontrataremos”.

La historia juzgará.

viernes, septiembre 05, 2003

Narración de una ida y una vuelta (cont.)

Día dos: Piezas de museo

En mi segundo día en Canadá visitamos el Royal Ontario Museum, ROM. Este museo es famoso por su poseer la colección más grande de artículos chinos fuera de China. Desgraciadamente, están construyendo una expansión ¡precisamente sobre las salas chinas! Así que están cerradas al público.
Sin embargo, pude visitar gran parte de este museo. Completamente art decó. A pesar de ser pequeño y de tener una colección extraña (es museo de historia humana y natural a un tiempo), está organizado en una forma muy pedagógica, por ejemplo: los muros de la sala egipcia están pintados de beige y café, para hacer referencia al desierto, en los muros están los objetos que nos refieren a la vida diaria de la gente y en la parte central se ubican cosas relacionadas con creencias religiosas, etc.
O, por ejemplo, la sala de armas muestra una breve evolución del armamento usado por el hombre en sus guerras, desde la edad media con sus grandes y pesadas armaduras, hasta algunos rifles de asalto posteriores a la segunda guerra mundial, todo para terminar con un par de maniquíes que muestran los uniformes y equipos de protección usados en motocross y hockey, e incluso se te pide que los compares con las armaduras del principio.
Creo que este fue el único día en el cual me enfrenté a la infancia canadiense. Los guías voluntarios perdían rápidamente la paciencia tratando de controlar grupos de niños que visitaban el museo. Escandalosos e inquietos, como todos los niños, y también una muestra clara de la sociedad en Toronto: había representantes de todas las razas. Otra cosa que me sorprendió fue el hecho que, a pesar de ser día de visita, no había tantos niños como me hubiera imaginado o los que hubiera encontrado de hallarme en México. Lo cual me dice que en Toronto, y extrapolo a todo Canadá, el crecimiento demográfico no se da por los nacimientos, sino por la inmigración.
Otra de las ventajas de este pequeño gran museo, además del par de tótem (¿totemes?)que adornan el hueco de sus escaleras, fue el mostrarme, una vez más, cuan distintos son los gustos de mi guía de los míos. Hay un ala en la cual se reproducen habitaciones de distintos momentos históricos. Hay un vestidor de los tiempos de Luis XV, una sala de té inglesa con motivos chinescos, un oratorio medieval, etc. Platicando con lord Evans descubrimos que, mientras yo sentía preferencia por la habitación art nuveau, él se inclinó por el salón inglés de tiempos de Eduardo VIII con paredes recubiertas de madera oscura y muebles pesados.
Aunque me gustan mucho los museos, siempre he sido partidario de conocer las ciudades caminando sus calles. Esa misma tarde tuve mi primer acercamiento a Toronto. Mientras Mr. Evans estaba en su clase de francés, yo fui a comerme un sándwich y a caminar por Younge Street.
Para los gustos de mi amigo, estuve caminando por la parte “dejada” de la calle. Para mi gusto, una de las mejores. Pequeñas tiendas y comercios uno tras el otro, tiendas de chucherías, la librería Bakka (cerrada para mi infortunio), la zona “rosa” de la ciudad. Cosas y gente interesantes.
Mi primer paseo fue rápido. Tuve que correr hacia Chapters, la librería más grande de Canadá para ver a Evans e ir a celebrar su cumpleaños.
El cumpleaños, que a mí se me antojaba pretexto para algo más salvaje, degeneró rápidamente en cena en un restaurante de carnes que, si bien caro, distó bastante de ser tan bueno como se lo habían presumido a JC (nada que ver con Jesucristo ni de cerca). Ocupando una vieja casona, el comedor estaba más bien vacío (lo que no es de extrañarse en un miércoles), y si bien la cocina no fue magnífica, aunque sí buena, la selección de bebidas y la atención si fueron superiores. Días después muchas cosas cayeron en su lugar cuando me di cuenta de que el restaurante, el Kegs (creo), pertenece a una cadena canadiense.
Regresamos a casa y me he topado con un canal de caricaturas que por las noches sólo transmite caricaturas para adultos. Nada de “karate chido” desafortunadamente, pero por lo menos me enteré de un par de series semejantes a sitcoms. En una retratan la vida universitaria de un cuarteto de amigos (un freak computacional, un tímido, un galán cuasi autistay un bruto cuya mayor expectativa de la universidad es vivirla como lo mostraban las películas de los 80’s). En la otra, en una preparatoria gringa se desarrolla un proyecto secreto del gobierno gringo: toda la escuela está llena de clones de personajes famosos; así pues, Abe Lincoln adolescente, junto con sus amigos Gandhi y Juana de Arco, tiene que lidiar contra JF Kennedy y otros patanes de la misma calaña por ser popular y todas esas cosas que la cultura pop americana nos dicen importan tanto cuando se es adolescente en el High School. Ambas ingenuas, pero a las dos de la mañana, divertidas.

martes, septiembre 02, 2003

Lista de lecturas (esto es, qué es lo que estoy leyendo [o tengo pendiente] hoy por hoy):
- “La ciudad de Dios”, Agustín de Hipona
- “Something wicked this way comes”, Phillip K Dick
- “El hombre que fue jueves”, Chesterton

Las obras que no he terminado de leer:
- A riesgo de decepcionar a mis amigos: “El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha”, Cervantes.
- Para apañar ingenuos. “El Corán” de los labios de Mahoma.
- Para cumplir con mis influencias: “Orlando Furioso” Ariosto.
- Para demostrar mi vena angla: “Moby Dick”, Neville.
- Para demostrar que no soy un esnob malinchista: “Noticias del Imperio”, Del Paso.
- Para demostrar que soy bien culto: “El canon occidental”, Bloom.

Libros Hito:
- “Las aventuras de Tom Sawyer”, Mark Twain.
- “Los tres mosqueteros”, de Dumas, padre. Años después me soplé, sentado en la incomoda silla de una biblioteca pública, las continuaciones: “Veinte años después” y “El vizconde de Bragelone” editados en Sepan cuantos...
- “Cien años de soledad”, García Márquez.
- El tan anhelado “Drácula” de Stoker, en una sola sentada de más de veinticuatro horas.
- “Las ciudades invisibles”, “El caballero inexistente”, ambos de Calvino.
- En menor medida: “La isla misteriosa” de Verne, que me ayudó a elegir carrera (además de ser el libro que yo escogería si supiera que voy a ser víctima de un naufragio), “La Biblia” por J (que también debería estar entre los inconclusos), “El señor de los anillos” de Tolkien.
- “Soñar tu sombra”, libro de poesía escrito por Fernández Iglesias, uno de mis gurús favoritos, quien tiene la culpa de que, a veces, yo escriba poesía.
- “Las mil noches y una noche”, creo que la versión de Burton, que tiene el muy discutible honor de ser el primer libro que me prohibieron leer, a mis tiernos once años.

¿Qué obra me decidió a escribir? La película de Terry Gillian, Las increíbles aventuras del Barón de Munchhausen. Después de verla deseé algún día poder ser capaz de escribir algo así de maravilloso. Aún busco, en las tiendas de viejo, alguno de los tres o cuatro carteles promocionales.

Cosas que olvido frecuentemente de mí:
- Valoré seriamente unirme a la Legión Extranjera al graduarme de ingeniería.
- Tomé clases de violín cuando era niño.
- Esto no lo olvido: colecciono sombreros y espadas.
- Dos amigos y yo nos colamos, siendo adolescentes, en la cripta de una exhacienda abandonada. Los moradores permanentes estaban en casa.
- Soy sumamente tímido con las mujeres. También le temo a los perros, las ratas y a los dentistas.
- Tengo una fuerte afición por la pornografía (siempre se agradecen las aportaciones)
- Creí en el socialismo y en la guerrilla en la secundaria, en la democracia en la preparatoria, la maestría me marcó neoliberal y cada vez me descubro más tintes fascistas. He votado por los verdes, aunque ahora los abomino, y hasta por el extinto PSUM.
- Jamás seré un buen líder revolucionario: me agradan demasiado los trajes bien cortados y las corbatas de seda.
- Actué y dirigí mi primer obra de teatro (una adaptación muy libre de Cyrano) a los diez años en la primaria. Por supuesto, fui Cyrano. A los trece me uní al grupo de teatro de la Universidad. De mi más reciente participación en escena hace ya más de diez años. Añoro subir una vez más al escenario, como seguramente lo desearía el Capitán Estruendo de Gautier. El único estelar que he tenido fue, precisamente, ese primer Cyrano.
- Tengo una prosa tan fragmentada que la gente piensa que escribo poesía. Yo, sinceramente, me avergüenzo siquiera de decir que escribo.
- Tengo el mismo grupo de metas desde hace tres años: aprender alemán, bailar tango, practicar esgrima e ir a Europa.
- Alguna vez, un gran amigo, a quien admiro mucho, durante nuestra estancia en la universidad, me preguntó que me importaba más si ser definido como un actor o como un escritor, confiando, supongo, que mi respuesta sería lo segundo. Aún sigo dudándolo.
- A veces digo más de lo que debiera.
- Apoyé con el financiamiento de una película porno gay.
- Participé en una ménage-à-trois.
- Trabajé en un supermercado despachando carnes frías.
- Han intentado ligarme un pintor neoyorkino en la ciudad de México y una reina en la ciudad de Tampico. Una vez me acosaron desde un auto en Toluca.
- Como buen rebelde, asistía a El Sótano (un agujero funkie en Toluca) vestido de traje y corbata. (¿Quién era más rebelde y más trasgresor en ese lugar, ellos con su pelo largo y sus jeans o yo vestido de yuppie?)
- He vestido de “domador de circo” cuando iba a la preparatoria (botas de Menudo por fuera del pantalón, camisas de cuello Mao y gabardina), he usado el pelo largo a la MacGiver en la universidad, me he pintado el pelo de blanco un par de veces.
- Con las debidas proporciones, me veo en las organizaciones como Sócrates se veía así mismo con respecto a Atenas: ellas son un gran caballo grande, fuerte y holgazán y nosotros somos un tábano que los obliga a moverse, a correr, a agitarse.
- Y muchas cosas más que, como dije, frecuentemente olvido…

Declaración de principios
- Creo que el paraíso ocurre cuando se corta un trozo de pan recién horneado.
- Creo que Dios es un barco surcando el mar.
- Creo que la ternura existe en las manos de la mujer que me ama.
- Estoy persuadido de que mi sombra muestra que una espada cuelga de mi cintura.

lunes, septiembre 01, 2003

Narración de una ida y una vuelta

Preludio

Hace un par de meses, a principios de julio, huí por una semana a Canadá. Estas son las impresiones de mi viaje. Una vez más, queda advertida la completa subjetividad de los puntos de vista, de los juicios gratuitos, de la calificación o descalificación de lo observado.
Hecha esta advertencia, va el diario.



Llegando tarde

La visita a Toronto fue tan agradable o más de lo que yo lo imaginaba. Es una bella ciudad, mucho más atractiva, cálida y juvenil de lo que son algunas ciudades americanas. Por ejemplo, el centro de Toronto (el downtown) es mucho más personal y cercano que lo que nunca fueron los de Austin o Atlanta.
El inicio no fue el mejor y los augurios pintaban más bien oscuros: comenzó mal cuando, en pleno aeropuerto de la ciudad de México, en la fila para documentar equipaje, me di cuenta de que los candados de las maletas estaban puestos y había olvidado las llaves (opciones: salir de la fila, que el Cronopio se lanzara a casa por las llaves y que regresara a tiempo, o bien, romper los candados, si es que era posible). Afortunadamente, y gracias a que doña Cronopio tiene vara alta en las cortes celestiales gracias a su bilo, las benditas llaves se materializaron en el auto y no fue necesario ir hasta a casa. Sin embargo esto no fue más que la punta del iceberg. Después, vino el viaje que fue más parecido a un recorrido por una carretera sin asfaltar que a una travesía aérea (en donde, se supone, que no hay baches, hoyos ni topes), seguido de la cancelación del vuelo de conexión sin ninguna razón aparente y la postergación casi interminable del vuelo de reemplazo, dejándome varado en Chicago, haciendo que llegara a mi destino con más de seis horas de retraso.
Mi guía no pudo ser mejor pues, a pesar de su gusto hacia lo adulto contemporáneo (lo cual incluye cierta predilección por la música new age), estuvo dispuesto a descubrir junto conmigo un poco de la ciudad de la cual ya es habitante legal desde hace más de dos meses.
BEF, mi otro guía moral, hizo favor de sugerirme varios lugares a visitar, mismos que recorrí religiosamente, como lista de supermercado.
Así pues, caí en la primer gran trampa para turistas de la ciudad: la Torre CN. Afamada por ser la construcción más alta del planeta (alrededor de 500 metros), le ha permitido a varios colocar marcas mundiales: lanzamiento de huevos, escaladas a mano, subida de escalones, mudanza de pianos y demás excentricidades que sólo le pueden ocurrir a sociedades tan sui generis como son las anglosajonas.
(Muy a propósito con esto último he adquirido la novela de Gaiman “American gods”. Hasta ahora, bien, aunque me refiere demasiado al Sandman.)
Mr. Evans, con su pinta de inglés victoriano, me ha señalado el nacionalismo imperante en Canadá: a pesar de que Toronto es la ciudad más cosmopolita del mundo (yo siempre creí que era Nueva York) debido a la mezcla de nacionalidades de sus habitantes, las banderas canadienses pululan y se reafirman constantemente. O tal vez, esta reafirmación sea, precisamente debida ese alto índice de inmigrados. Ejemplos (a mi que me fascinan las demostraciones y la verborrea): las principales cervezas nacionales son Blue (con una hoja de maple en la etiqueta) y Canadian (no comments).

lunes, agosto 18, 2003

Ultimo día, primer día

Hace ya más de un mes que le avisé a mi jefe que me iba. Una oferta “difícil de rechazar” llegó a mis manos y la tomé gustoso.
Durante días sopesé, aquilaté los posibles caminos para decírselo sin provocar alguna temida tormenta, además de contrarrestar los llamados de mi siempre mal entendida fidelidad.
La verdad es que no tenía por qué temer tormenta alguna: las compañías han proclamado a voz en cuello la necesidad, la obligación moral, de que los empleados se pongan, se tatúen, la camiseta, pero da la impresión de que se les ha olvidado que también ellas deben ponerse y tatuarse la camiseta del trabajador.
Así, nos entrenamos y nos convencemos de que debemos laborar largas e interminables horas, sacrificar tardes, noches, sábados y días festivos a favor del importante proyecto sólo a cambio de la paga. Y la paga es importante, pero no lo es todo (para algunos sí, para mí, no).
De pronto, un día nos damos cuenta de que la única camiseta que vale la pena ponerse y tatuarse es la propia. ¿Con quién tenemos compromisos más importantes que con nosotros mismos? ¿A quién le debemos más fidelidad y con quién podemos estar más endeudados que con el propio yo? ¿Cuál carrera, proyecto o empresa tiene mayor prioridad?
Estas preguntas son lugar común en cualquier cursillo de autoayuda. Hay centenares de libros al respecto. Pero aún así, olvidarlo es muy fácil.
Pues bien, me fajé los pantalones, me vestí con mi mejor traje, mi mejor corbata y se lo solté a bocajarro.
Los jefes pueden ser muchas cosas a un tiempo. En mi caso, el venezolano (¡alemán venezolano!) era mentor, protector y rol model. Él incluso usaba la peligrosa palabra con “a”: amigo. Nada más lejano ni más misleading (¿cómo se traduce misleading? ¿engañoso?). Los jefes son jefes. Jamás madres, siempre madrastras. Ellos verán antes por sí mismos. Es natural. Basta recordar la prioridad que mencioné apenas.
Ésta, creo, ha sido la lección que se me enseñó mi anterior trabajo.
No es el “cada hombre para sí mismo”, sino el “nadie, por muy cercano, peleará tus batallas por ti”.
Así que le dije "me voy". Y no le importó. Mejor, porque a mí ya no me interesaba quedarme.
Nos dimos un muy educado y civilizado pacto de dos semanas para mi salida. Hubo felicitaciones, preguntas a cerca de cuánto, cuándo y qué haría, incluido un comentario cargado de mala leche. Tal como ya dije, madrastra. Y como también ya dije, decidí que ya no me importaría porque ya no tenía por qué importarme.
Conforme al día final se fue acercando, su nerviosismo se hizo patente. Ya no fue tan flemático al respecto de mi partida. El pánico le entró un par de veces cuando sintió que los proyectos no se terminarían a tiempo, al grado que un día exploté diciéndole que, desde mi punto de vista, estaba sobre reaccionando.
Algo común en los grandes jefes, cabezas de empresa, es la certeza de que las cosas se harán como lo piden. Sus deseos son órdenes. La experiencia nos confirma que si ellos son los responsables de proponer políticas o procedimientos, ellos mismos serán los primeros en violar las reglas establecidas, haciendo compras sin requerimientos necesarios, etc., a sabiendas de que la organización y sus estándares se doblarán o se ignorarán para cumplir con sus caprichos.
Esta vez no fue la excepción. El venezolano jamás le avisó a la gente de RH de que yo me iba. Lo sospeché, así que fui con ellos por la mañana del último día para hacérselos saber. Y mi jefe, mi exjefe, me jugó la última: yo planeaba dejar la oficina a eso de las tres de la tarde, después de haber enviado un correo de despedida tanto a mis excompañeros como a otros contactos. Al final, dejé la oficina casi a las siete de la noche, el último en una oficina vacía, como siempre, ya retrasado en mis compromisos personales y sin enviar mensaje alguno.
Al llegar a casa, bastante tarde, pues acompañé al Chulo a comprarse un traje (difícilmente veo al Chulo y más difícilmente él se compra un traje, así que supongo que el esfuerzo valió la pena), una horda de salvajes me recibió con gritos desaforados de felicidades. Mi Cronopio querido había organizado una fiesta sorpresa.
Fue lo mejor de todo.
Lo mejor del último día. Mi primer día sin los alemanes.

miércoles, agosto 13, 2003

Chuzas y espérs

Hace unos días vi Bowling in Columbine, el documental de Michael Moore. Como documental, Moore tiene muchos aciertos y también varias metidas de pata. La más criticable es, tal vez, su apasionamiento en el tema, lo que degenera en cierta falta de objetividad.
El caso más concreto es la entrevista que le hace a Charlton Heston. Hay un momento en que Heston ya está contra las cuerdas, se le ha escapado que una de las razones detrás de la violencia americana puede ser la multietnicidad. Pero Moore, quien sospecho a veces teme parecer muy anti-anglo, lo deja escapar atacándolo con el recuerdo del asesinato de una niña en Flint, Michigan, y la petición, impensable, de una disculpa por parte del presidente de la NRA (las siglas en inglés de la Asociación Nacional del Rifle).
Evidentemente, Heston no acepta e incluso huye.
Moore se anota una victoria, pero es una victoria pírrica. Un espér, pues.
La chuza ganadora, incluso una guajolota (término que se usa cuando has hilado tres o más chuzas de corrido), se la anota cuando logra que K-Mart cancele la venta de municiones en sus tiendas.
El documental está pletórico de datos interesantes. Gracioso es ver a la maltrecha figura de Moore abrir puertas en Toronto, todo porque los canadienses le afirman que ellos no le ponen seguros a sus puertas. Y queda eso demostrado de la mejor manera.
Otra chuza es la tasa de asesinatos en Estados Unidos contra la de otros países. Mientras Inglaterra y Canadá están por debajo de los 70 asesinatos anuales, los Estados Unidos rebasan los once mil. Me pregunto, ¿cuántos asesinatos causados por arma de fuego hay al año en México?
El tema de la comparación entre estos países se toca. Por ejemplo, en el Reino Unido las armas, a menos de que se traten de escopetas de caza, son ilegales. ¡Ni los policías van armados! Conste que es un país con una tradición más bien violenta.
Los canadienses, por el otro lado, tienen un exceso de armas. No estoy seguro si son tres o seis armas por casa, esto es, ¡casi un arma por persona! Lo que es cierto es que los canadienses tienen la tradición de la caza y para cazar se necesitan armas, pero no un AK47
Una de las hipótesis más importantes de la película es que los americanos viven con miedo. Miedo a los negros, a los latinos, a los criminales. Por eso se arman, para defenderse. Pero, de pronto, un día o una noche, algo no funciona como se esperaba: los adolescentes se llenan de ira, los niños toman las armas cargadas de los adultos para jugar, los adultos se deprimen y, entonces, los muertos aparecen.
“[Me quitarán mi arma] de las manos muertas”, afirma Heston. Al paso que van las cosas en Estados Unidos, es probable que muy pronto.

Adivinanza

¿Cuál es la diferencia entre un gringo y cualquier otro habitante del mundo?
Cuando un ciudadano del mundo se deprime, toma un arma, cierra la ventana y se pone un plomazo. Cuando un gringo se deprime, toma un arma, abre la ventana y se pone a matar cabrones.

lunes, junio 09, 2003

Epistolaria

- He encontrado esto. Dándole vueltas descubrí que es de febrero de 2001. Me ha sorprendido tanto la cercanía de muchos de los sentimientos, que he decidido rescatarle del olvido. Sé que cualquier lector hipotético podría discrepar conmigo y asegurarme que mis desahogos de conciencia no tienen ningún sentido. Desde ese punto de vista, cualquier anotación en este diario tampoco lo tendría. Así pues, va.-

Ahora, sumido una vez más en la rutina [...], envuelto en los brazos de esta extraña ciudad, devorado por las diarias actividades de hacer números, revisar cifras, etc. me recuerdo a mí mismo en otras tierras. Algunas han sido más amables que otras. Algunas hostiles. Otras indiferentes. Las más, extrañas.

Extranjero y judío errante en todas, ansioso por el siempre postergado momento de la partida, hambriento de regreso, añorando sus calles, sus soles distintos y únicos, las sorpresas de sus edificios jardines monumentos y escaparates, me observo perdido (ahora y siempre) en mi perpetuo destierro.

Me aterroriza la certeza de la violencia de algunas de estas ciudades. Mi natural paranoia se ve reforzada por la cercanía del crimen, por la vecindad constante del hecho de sangre. Soy cobarde y miedoso. Le tengo temor a mi propio miedo, a mi sufrimiento.

¡Valiente aquel que le teme al espectáculo de su propia sangre, de su propia muerte!

Valiente noble aquel que no está dispuesto a la pérdida de la vida por los otros. Es esa la labor del caballero y del aristócrata ("nobleza obliga", han dicho muchos): la defensa del débil, el compromiso con la justicia, el desfacer entuertos, el combate a la maldad y la lucha por la virtud...

Insisto, valiente proto-aristócrata me he vuelto de un tiempo a la fecha, pues temo por mi seguridad física y por la de los que me rodean.

* * *

Mi spleen británico ya no lo es más. Me sorprendo ahora franco usuario de la depresión y candidato óptimo al Prozac. Los doctores me sonríen mientras esgrimen justificaciones de endorfinas y hormonas varias y química craneal. Me sonríen y al mismo tiempo huyo.

¿No seré acaso yo uno de esos famosos espíritus flemáticos tan comunes en la literatura del siglo antepasado? ¿No tengo yo, acaso, toda el derecho, toda la obligación a estar triste? ¿Quién dijo que la vida era feliz (o para el caso, justa)?

Me recreo en mi depresión rampante. Me agrada descubrirme en el espejo con el carácter sanguíneo, cercano a la tisis, agobiado e incomprendido, al más puro estilo romántico. ¿Qué más se podría esperar de un fugitivo si no es la apariencia lánguida de quien se deja abatir por el destino?

No me imagino en Prozac. Sería renunciar por fin a mis manías. Ya he renunciado a la escritura, a las playas, a parecerme cada día más a Sean Connery (anteayer me han dicho que tengo cierto parecido a Edward Norton: no creo necesario decir que la persona que lo dijo tiene garantizadas las entradas al cine por el resto de su vida). No quiero renunciar al deprimirme cuando me venga en gana. E incluso cuando no lo quiera tampoco.

Me gusta llorar sin razón ni sentido. Verme en el espejo completamente rojo y con el ceño fruncido, más digno de risa que de lástima. Me agrada mi agobio y mi laxitud. Asistir a las discotecas y a los bares y salir sintiéndome basura, sin haber ligado ni un resfrío. Reconocerme poco deseable para asuntos de ligue, y culpar a mi físico, a mi falta de habilidades sociales, a mi baja autoestima.

Imaginad: si con depresiones me he ganado el título de duque por pedante y presumido (y perro), sin ella ya me descubriría yo yuppie a más no poder, fatuo y fastuoso, con un ego hipertrofiado con problemas de tiroides y gigantismo. Pisaverde y lagartijo.

¿Pertenecer a la nación Prozac? No, gracias. Renuncio de antemano a la belleza de la despreocupación química, a la liviandad, a lo superficial y a lo filisteo. A vestir trajes de Boss y corbatas de Zegna, a las mancuernillas "discretas", a que nada me importe.

Siempre preferiré el sol de Tampico, las calles de San Luis, mi casaca de mosquetero, un jubón raído, calzas y capa negra, una pluma blanca ajada en mi sombrero, altas botas de piel, el saber adelantar el pie con gracia y a brindar una sonrisa con sorna y miedo y spleen y saber que más vale no enfrentarme a aquel hijodalgo ("pues hijo sí ha de ser, pero ¿de hidalgo? quién sabe") y jamás acercarme a aquella otra mujer, por ser "alérgico a los desengaños".

Para, al fin y al cabo, seguir escribiendo, día tras día, y describiendo el cómo dan vuelta las golondrinas al acercarse a las ventanas de mi oficina, mis noches de insomnio y cacería, el darle vueltas y vueltas a Italo Calvino, a Ludovico Ariosto, a Dumas, a Tolkien, a García Marques, a Chimal. No renunciaré a los cómics, a las opresivas películas noruegas, francesas e indies.

Envejeceré de pronto. Calvo y cano. Pintaré mi pelo de azul marino o morado o incluso naranja y caminaré una vez más por las calles de Manhattan o por Paris, tan recordado, y mis espuelas doradas hoyarán de nuevo Toledo en busca de una buena herreruza.

Aún tengo treinta. Un año más y me retiro de la esto, tomo una pistola, una gabardina (con la cual ya cuento) y me dedico de tiempo completo a la profesión obligatoria de un ingeniero: ser detective privado, cazando constantemente a un individuo llamado Serebro, a regresar a la misma ciudad bajo la lluvia, a darle adioses a Madrid, a perseguir nubes y a amorosos fantasmas. A encontrar asesinos de mujeres en Ciudad Juárez. A que no haya final feliz.
Steampunk

Hace años mi padre me contó un cuento. Hasta hace una semana me di cuenta de la clasificación: steam punk. Siempre me he preguntado de dónde lo sacó. Si lo inventó o si en verdad lo había leído.

La anécdota básica es un partido de fútbol americano. Por supuesto todo ocurre en una especie de futuro alternativo. El estadio: tan grande que, para que los espectadores puedan ver, los jugadores visten gigantescos trajes, como una especie de armaduras robotizadas.

- ¿Qué acaso mi padre, o el hipotético autor, nunca pensó en la televisión, colocando grandes pantallas repetidores? Pero que chiste tiene la tele si, uno, con ella, para qué vas al estadio y, dos, ya no tendría sentido el cuento.-

El punto es que en el enfrentamiento se juega la final mundial (¿o es el destino del mundo? No lo sé. Tal vez la razón cambiaba cada vez que mi padre reinventaba el cuento según me lo iba contando, o peor aún, la deformación se debe a la lejanía).

Regresando. La final está siendo perdida por el equipo de casa. El de los buenos.

Viendo la inminente derrota, el público está al borde del asiento y comienza a reclamar la presencia de un viejo jugador, ídolo de millones, veterano del juego.

El héroe sale de su retiro, acude al llamado de su fanáticos y viste su viejo traje armadura.

El traje viejo es pequeño en comparación a los nuevos y gigantescos monstruos con los que debe enfrentarse. Amén de tener otro inconveniente: su traje es hidráulico, con válvulas que controlan la presión del vapor interno. Nada comparado a los nuevos trajes transistorizados, brillantes y cromados.

Nuestro héroe salta al campo. Y comienza la ofensiva (¿terrícola, acaso?).

Es más lento que los demás. Y más pequeño. Pero conoce el juego. Lo vive, lo tiene en su sangre y en el aceite y en el agua hirviendo de su traje.

Se coloca de ala y recibe un pase, esquiva a sus oponentes, demasiado altos para agacharse por él. Hace una corrida desde atrás de la línea, encegueciendo a sus adversarios con el vapor que escapa de su traje.

Finalmente el partido acaba. ¿La tierra? ¿El universo? ¿La raza humana? ¿El campeonato? Ganados en la gran victoria.

El héroe ha regresado para salvar el día, gracias a su armadura con fugas de vapor de agua.

- Jamás supe de dónde se inventó mi padre esta historia.-

miércoles, junio 04, 2003

La tienda de la calle Spring

Sobre la calle Spring, en pleno corazón de la Village, hay una tienda. Es un local como muchos otros, con carteles en las ventanas. Los transeúntes entran, como siempre, fascinados ante la idea de encontrar algo maravilloso o increíble, algo que sea tan cosmopolita como se espera que sea todo en la gran ciudad.

Adentro se encuentran decenas de fotografías de actores y actrices, que miran desde sus marcos en las paredes. Hay carteles en fundas de acrílico esperando para ser comprados, siendo revisados una y otra vez por la clientela que entra, ve, sale.

Hay carteles de películas en blanco y negro, incluso esos que muestran la estética tan característica del cine mudo, o aquellos que tienen ya los rasgos identificables de las grandes superproducciones (en cinemascope y a todo technicolor), allí, dispuestos ante los ojos del público.

Cuando se ven las fotografías de cerca, los rostros son siempre familiares pero inasibles. Uno repasa el catálogo y no reconoce los nombres, ni las imágenes. Las escenas retratadas no nos son desconocidas pero no es posible ubicarlas.

Con extrañeza, y hasta con un poco de timidez, se termina siempre saliendo de la tienda, con una sensación de humildad, de ligero auto-reproche, dándole vueltas en la cabeza al catálogo personal de estrellas del cine clásico, al de las películas que vimos en las funciones televisivas de madrugada y en los canales de cine culto.

Es que la tienda vende la memorabilia de las películas que nunca se filmaron, de actores que nunca grabaron, que nunca fueron.

Allí, en una aparente tienda común, en medio del trajín de la zona más de moda de la ciudad, están a la venta los stills y los carteles de la película que pudo protagonizar alguna vez el abuelo. ¿Quién lo sabe? Tal vez, con un poco de suerte, podríamos encontrar los recuerdos de nuestros propios filmes.

martes, junio 03, 2003

Prefacio

Comienza hoy este diario. No le coloco una fecha porque realmente no le corresponde ninguna. Habiendo tantas fechas interesantes para iniciar con una bitácora, estoy arrancando esta sin un hito que la marque.

O tal vez sí. Tal vez sí se está dando el hito, la fecha especial: tan especial como cualquier otro día, tan importante como el reconocer que vale la pena tener una memoria propia de cosas, sentimientos, historias propias y plagiadas.

Mis amigos (BEF, Cinthya, Alberto, José María, Eugenia, Raquel) me han promovido tal idea.

Espero que tengan razón y que este cajón de sastre, este rincón para colocar borradores, no sea tan sólo un desperdicio de tiempo para el hipotético lector, ni un desperdicio de espacio en la memoria de algún servidor en la red.

Coloco pues, a manera de estandarte, esta pequeña introducción, este prólogo. Extraigo mi espada de la funda en la que se oxida y proclamo y reclamo, hoy, este sitio como mío, en mi nombre y a mi nombre.

Sea, pues, este, mi diario en el destierro.

Sea.

JF
Duque