viernes, septiembre 05, 2003

Narración de una ida y una vuelta (cont.)

Día dos: Piezas de museo

En mi segundo día en Canadá visitamos el Royal Ontario Museum, ROM. Este museo es famoso por su poseer la colección más grande de artículos chinos fuera de China. Desgraciadamente, están construyendo una expansión ¡precisamente sobre las salas chinas! Así que están cerradas al público.
Sin embargo, pude visitar gran parte de este museo. Completamente art decó. A pesar de ser pequeño y de tener una colección extraña (es museo de historia humana y natural a un tiempo), está organizado en una forma muy pedagógica, por ejemplo: los muros de la sala egipcia están pintados de beige y café, para hacer referencia al desierto, en los muros están los objetos que nos refieren a la vida diaria de la gente y en la parte central se ubican cosas relacionadas con creencias religiosas, etc.
O, por ejemplo, la sala de armas muestra una breve evolución del armamento usado por el hombre en sus guerras, desde la edad media con sus grandes y pesadas armaduras, hasta algunos rifles de asalto posteriores a la segunda guerra mundial, todo para terminar con un par de maniquíes que muestran los uniformes y equipos de protección usados en motocross y hockey, e incluso se te pide que los compares con las armaduras del principio.
Creo que este fue el único día en el cual me enfrenté a la infancia canadiense. Los guías voluntarios perdían rápidamente la paciencia tratando de controlar grupos de niños que visitaban el museo. Escandalosos e inquietos, como todos los niños, y también una muestra clara de la sociedad en Toronto: había representantes de todas las razas. Otra cosa que me sorprendió fue el hecho que, a pesar de ser día de visita, no había tantos niños como me hubiera imaginado o los que hubiera encontrado de hallarme en México. Lo cual me dice que en Toronto, y extrapolo a todo Canadá, el crecimiento demográfico no se da por los nacimientos, sino por la inmigración.
Otra de las ventajas de este pequeño gran museo, además del par de tótem (¿totemes?)que adornan el hueco de sus escaleras, fue el mostrarme, una vez más, cuan distintos son los gustos de mi guía de los míos. Hay un ala en la cual se reproducen habitaciones de distintos momentos históricos. Hay un vestidor de los tiempos de Luis XV, una sala de té inglesa con motivos chinescos, un oratorio medieval, etc. Platicando con lord Evans descubrimos que, mientras yo sentía preferencia por la habitación art nuveau, él se inclinó por el salón inglés de tiempos de Eduardo VIII con paredes recubiertas de madera oscura y muebles pesados.
Aunque me gustan mucho los museos, siempre he sido partidario de conocer las ciudades caminando sus calles. Esa misma tarde tuve mi primer acercamiento a Toronto. Mientras Mr. Evans estaba en su clase de francés, yo fui a comerme un sándwich y a caminar por Younge Street.
Para los gustos de mi amigo, estuve caminando por la parte “dejada” de la calle. Para mi gusto, una de las mejores. Pequeñas tiendas y comercios uno tras el otro, tiendas de chucherías, la librería Bakka (cerrada para mi infortunio), la zona “rosa” de la ciudad. Cosas y gente interesantes.
Mi primer paseo fue rápido. Tuve que correr hacia Chapters, la librería más grande de Canadá para ver a Evans e ir a celebrar su cumpleaños.
El cumpleaños, que a mí se me antojaba pretexto para algo más salvaje, degeneró rápidamente en cena en un restaurante de carnes que, si bien caro, distó bastante de ser tan bueno como se lo habían presumido a JC (nada que ver con Jesucristo ni de cerca). Ocupando una vieja casona, el comedor estaba más bien vacío (lo que no es de extrañarse en un miércoles), y si bien la cocina no fue magnífica, aunque sí buena, la selección de bebidas y la atención si fueron superiores. Días después muchas cosas cayeron en su lugar cuando me di cuenta de que el restaurante, el Kegs (creo), pertenece a una cadena canadiense.
Regresamos a casa y me he topado con un canal de caricaturas que por las noches sólo transmite caricaturas para adultos. Nada de “karate chido” desafortunadamente, pero por lo menos me enteré de un par de series semejantes a sitcoms. En una retratan la vida universitaria de un cuarteto de amigos (un freak computacional, un tímido, un galán cuasi autistay un bruto cuya mayor expectativa de la universidad es vivirla como lo mostraban las películas de los 80’s). En la otra, en una preparatoria gringa se desarrolla un proyecto secreto del gobierno gringo: toda la escuela está llena de clones de personajes famosos; así pues, Abe Lincoln adolescente, junto con sus amigos Gandhi y Juana de Arco, tiene que lidiar contra JF Kennedy y otros patanes de la misma calaña por ser popular y todas esas cosas que la cultura pop americana nos dicen importan tanto cuando se es adolescente en el High School. Ambas ingenuas, pero a las dos de la mañana, divertidas.

martes, septiembre 02, 2003

Lista de lecturas (esto es, qué es lo que estoy leyendo [o tengo pendiente] hoy por hoy):
- “La ciudad de Dios”, Agustín de Hipona
- “Something wicked this way comes”, Phillip K Dick
- “El hombre que fue jueves”, Chesterton

Las obras que no he terminado de leer:
- A riesgo de decepcionar a mis amigos: “El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha”, Cervantes.
- Para apañar ingenuos. “El Corán” de los labios de Mahoma.
- Para cumplir con mis influencias: “Orlando Furioso” Ariosto.
- Para demostrar mi vena angla: “Moby Dick”, Neville.
- Para demostrar que no soy un esnob malinchista: “Noticias del Imperio”, Del Paso.
- Para demostrar que soy bien culto: “El canon occidental”, Bloom.

Libros Hito:
- “Las aventuras de Tom Sawyer”, Mark Twain.
- “Los tres mosqueteros”, de Dumas, padre. Años después me soplé, sentado en la incomoda silla de una biblioteca pública, las continuaciones: “Veinte años después” y “El vizconde de Bragelone” editados en Sepan cuantos...
- “Cien años de soledad”, García Márquez.
- El tan anhelado “Drácula” de Stoker, en una sola sentada de más de veinticuatro horas.
- “Las ciudades invisibles”, “El caballero inexistente”, ambos de Calvino.
- En menor medida: “La isla misteriosa” de Verne, que me ayudó a elegir carrera (además de ser el libro que yo escogería si supiera que voy a ser víctima de un naufragio), “La Biblia” por J (que también debería estar entre los inconclusos), “El señor de los anillos” de Tolkien.
- “Soñar tu sombra”, libro de poesía escrito por Fernández Iglesias, uno de mis gurús favoritos, quien tiene la culpa de que, a veces, yo escriba poesía.
- “Las mil noches y una noche”, creo que la versión de Burton, que tiene el muy discutible honor de ser el primer libro que me prohibieron leer, a mis tiernos once años.

¿Qué obra me decidió a escribir? La película de Terry Gillian, Las increíbles aventuras del Barón de Munchhausen. Después de verla deseé algún día poder ser capaz de escribir algo así de maravilloso. Aún busco, en las tiendas de viejo, alguno de los tres o cuatro carteles promocionales.

Cosas que olvido frecuentemente de mí:
- Valoré seriamente unirme a la Legión Extranjera al graduarme de ingeniería.
- Tomé clases de violín cuando era niño.
- Esto no lo olvido: colecciono sombreros y espadas.
- Dos amigos y yo nos colamos, siendo adolescentes, en la cripta de una exhacienda abandonada. Los moradores permanentes estaban en casa.
- Soy sumamente tímido con las mujeres. También le temo a los perros, las ratas y a los dentistas.
- Tengo una fuerte afición por la pornografía (siempre se agradecen las aportaciones)
- Creí en el socialismo y en la guerrilla en la secundaria, en la democracia en la preparatoria, la maestría me marcó neoliberal y cada vez me descubro más tintes fascistas. He votado por los verdes, aunque ahora los abomino, y hasta por el extinto PSUM.
- Jamás seré un buen líder revolucionario: me agradan demasiado los trajes bien cortados y las corbatas de seda.
- Actué y dirigí mi primer obra de teatro (una adaptación muy libre de Cyrano) a los diez años en la primaria. Por supuesto, fui Cyrano. A los trece me uní al grupo de teatro de la Universidad. De mi más reciente participación en escena hace ya más de diez años. Añoro subir una vez más al escenario, como seguramente lo desearía el Capitán Estruendo de Gautier. El único estelar que he tenido fue, precisamente, ese primer Cyrano.
- Tengo una prosa tan fragmentada que la gente piensa que escribo poesía. Yo, sinceramente, me avergüenzo siquiera de decir que escribo.
- Tengo el mismo grupo de metas desde hace tres años: aprender alemán, bailar tango, practicar esgrima e ir a Europa.
- Alguna vez, un gran amigo, a quien admiro mucho, durante nuestra estancia en la universidad, me preguntó que me importaba más si ser definido como un actor o como un escritor, confiando, supongo, que mi respuesta sería lo segundo. Aún sigo dudándolo.
- A veces digo más de lo que debiera.
- Apoyé con el financiamiento de una película porno gay.
- Participé en una ménage-à-trois.
- Trabajé en un supermercado despachando carnes frías.
- Han intentado ligarme un pintor neoyorkino en la ciudad de México y una reina en la ciudad de Tampico. Una vez me acosaron desde un auto en Toluca.
- Como buen rebelde, asistía a El Sótano (un agujero funkie en Toluca) vestido de traje y corbata. (¿Quién era más rebelde y más trasgresor en ese lugar, ellos con su pelo largo y sus jeans o yo vestido de yuppie?)
- He vestido de “domador de circo” cuando iba a la preparatoria (botas de Menudo por fuera del pantalón, camisas de cuello Mao y gabardina), he usado el pelo largo a la MacGiver en la universidad, me he pintado el pelo de blanco un par de veces.
- Con las debidas proporciones, me veo en las organizaciones como Sócrates se veía así mismo con respecto a Atenas: ellas son un gran caballo grande, fuerte y holgazán y nosotros somos un tábano que los obliga a moverse, a correr, a agitarse.
- Y muchas cosas más que, como dije, frecuentemente olvido…

Declaración de principios
- Creo que el paraíso ocurre cuando se corta un trozo de pan recién horneado.
- Creo que Dios es un barco surcando el mar.
- Creo que la ternura existe en las manos de la mujer que me ama.
- Estoy persuadido de que mi sombra muestra que una espada cuelga de mi cintura.

lunes, septiembre 01, 2003

Narración de una ida y una vuelta

Preludio

Hace un par de meses, a principios de julio, huí por una semana a Canadá. Estas son las impresiones de mi viaje. Una vez más, queda advertida la completa subjetividad de los puntos de vista, de los juicios gratuitos, de la calificación o descalificación de lo observado.
Hecha esta advertencia, va el diario.



Llegando tarde

La visita a Toronto fue tan agradable o más de lo que yo lo imaginaba. Es una bella ciudad, mucho más atractiva, cálida y juvenil de lo que son algunas ciudades americanas. Por ejemplo, el centro de Toronto (el downtown) es mucho más personal y cercano que lo que nunca fueron los de Austin o Atlanta.
El inicio no fue el mejor y los augurios pintaban más bien oscuros: comenzó mal cuando, en pleno aeropuerto de la ciudad de México, en la fila para documentar equipaje, me di cuenta de que los candados de las maletas estaban puestos y había olvidado las llaves (opciones: salir de la fila, que el Cronopio se lanzara a casa por las llaves y que regresara a tiempo, o bien, romper los candados, si es que era posible). Afortunadamente, y gracias a que doña Cronopio tiene vara alta en las cortes celestiales gracias a su bilo, las benditas llaves se materializaron en el auto y no fue necesario ir hasta a casa. Sin embargo esto no fue más que la punta del iceberg. Después, vino el viaje que fue más parecido a un recorrido por una carretera sin asfaltar que a una travesía aérea (en donde, se supone, que no hay baches, hoyos ni topes), seguido de la cancelación del vuelo de conexión sin ninguna razón aparente y la postergación casi interminable del vuelo de reemplazo, dejándome varado en Chicago, haciendo que llegara a mi destino con más de seis horas de retraso.
Mi guía no pudo ser mejor pues, a pesar de su gusto hacia lo adulto contemporáneo (lo cual incluye cierta predilección por la música new age), estuvo dispuesto a descubrir junto conmigo un poco de la ciudad de la cual ya es habitante legal desde hace más de dos meses.
BEF, mi otro guía moral, hizo favor de sugerirme varios lugares a visitar, mismos que recorrí religiosamente, como lista de supermercado.
Así pues, caí en la primer gran trampa para turistas de la ciudad: la Torre CN. Afamada por ser la construcción más alta del planeta (alrededor de 500 metros), le ha permitido a varios colocar marcas mundiales: lanzamiento de huevos, escaladas a mano, subida de escalones, mudanza de pianos y demás excentricidades que sólo le pueden ocurrir a sociedades tan sui generis como son las anglosajonas.
(Muy a propósito con esto último he adquirido la novela de Gaiman “American gods”. Hasta ahora, bien, aunque me refiere demasiado al Sandman.)
Mr. Evans, con su pinta de inglés victoriano, me ha señalado el nacionalismo imperante en Canadá: a pesar de que Toronto es la ciudad más cosmopolita del mundo (yo siempre creí que era Nueva York) debido a la mezcla de nacionalidades de sus habitantes, las banderas canadienses pululan y se reafirman constantemente. O tal vez, esta reafirmación sea, precisamente debida ese alto índice de inmigrados. Ejemplos (a mi que me fascinan las demostraciones y la verborrea): las principales cervezas nacionales son Blue (con una hoja de maple en la etiqueta) y Canadian (no comments).