martes, julio 14, 2009

Elegía II

El Mago era gordo. Tanto, que un día un chico delgadito pasó junto a él y comenzó a dar vueltas, rodeándolo:
- ¿Qué te pasa, buey?
- Me atrapaste en tu campo de gravedad
.
Le recuerdo escribiendo poesía, canciones, pequeños cuentos, con la lengua de fuera, en un estudiado signo de concentración. O tocando la guitarra y cantando letras complicadas con música sencilla.
Era muy pragmático para algunas cosas. En sus propias palabras, conocía cuál era su mercado y cómo atacarlo. Por ejemplo, sabía perfectamente cuáles cuerdas tirar conmigo, qué botones presionar. Como cuando me reclamó, a través de un cuento, la aventura que tuve con una de sus exnovias -¡es pecado tener una relación con la ex de un amigo, no importa si es seria o banal, ni hace cuanto terminaron!-, o cuando, después de no vernos por años, fui a escucharle tocar en un bar y al descubrirme dijo: “Mira, un vampiro”, y todo lo que estaba roto entre nosotros se arregló de inmediato.
En muchas otras cosas era idealista y romántico. Creyó siempre firmemente que podría bajar de peso -¿cuántas veces inició una dieta? Tantas como rebotó. La misma cantidad de veces que actuó en alguna obra de teatro o que dirigió otra-. Estaba convencido de que el whisky era la bebida correcta para las personas de su condición, así que se ponía unas borracheras que cualquier escocés con kilt le envidiaría.
Se creyó poeta. Y maldito. Enamoraba chicas menuditas y guapillas, a sabiendas de que no tenía nada qué perder y mucho que ganar. Y ganó varias veces.
- Dos frases célebres:
"- No me pongo esa camiseta negra porque me aprieta.
- ¿Te queda chica?
- No, me hace ver más prieto."

"Yo soy un escritor de peso... completo."-
Se lanzó a vivir la vida con la intuición (¿o la conciencia?) de que le duraría poco.
Sí. El Mago era gordo. Pero, sobre todo, era un buen amigo.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario