lunes, julio 13, 2009

Wotan

Hace unas semanas salí del hotel a correr. Cerca hay un parque con una pista. Es una pista pequeña, pero por lo menos más entretenida que la corredora fija del gimnasio.
Una buena oportunidad para que me diese el aire de la mañana.
Así que me levanté temprano, esperando que el calor no fuera tan espantoso como temía.
Para llegar al parque había que bajar por la avenida, cruzar por un puente peatonal y seguir bajando.
Mientras atacaba corriendo la rampa de subida al puente, un ruido extraño pasó por mi oído derecho. Algo como un zumbido o un aleteo. Sacudí una mano para alejarlo. Tal vez un insecto.
A los pocos pasos, otra vez el mismo zumbido y un revuelo de aire en la oreja derecha. Levanté la mirada y vi volar un pájaro negro.
Bajé del puente. Llegué al parque y corrí, y corrí. Le di ocho vueltas a la pista, juntando casi nueve kilómetros en unos cincuenta minutos. Sudé hasta que sentí, a cada paso, los suaves golpes en que me daba en el abdomen la camiseta empapada de agua.
Inicié el regreso al hotel corriendo aún.
En la rampa del puente y, una vez más, sentí el aleteo sobre el oído derecho.
Subí la vista. Un ave negra.
Seguí adelante. Los pases se repitieron tres veces más.
Incluso un peatón que esperaba el autobús quedó perplejo y maravillado, sonriendo, mirando al pájaro alejarse por encima de mi hombro.
Llegué por fin al hotel, confundido y hasta un poco inquieto, pensando en Memoria y Pensamiento, en si los hados me estarían enviando algún mensaje.
- Para ser públicamente ateo, a veces soy profundamente supersticioso, observador de augurios en derredor. -
Seis pases me dieron las aves negras -en México no hay cuervos, supongo que habrán sido urracas o estorninos-. Consulté durante seis días mis sueños, buscando las claves o los mensajes que me habrían traído.
Si lo hicieron, no llegué a adivinarlos.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario