La tienda de la calle Spring
Sobre la calle Spring, en pleno corazón de la Village, hay una tienda. Es un local como muchos otros, con carteles en las ventanas. Los transeúntes entran, como siempre, fascinados ante la idea de encontrar algo maravilloso o increíble, algo que sea tan cosmopolita como se espera que sea todo en la gran ciudad.
Adentro se encuentran decenas de fotografías de actores y actrices, que miran desde sus marcos en las paredes. Hay carteles en fundas de acrílico esperando para ser comprados, siendo revisados una y otra vez por la clientela que entra, ve, sale.
Hay carteles de películas en blanco y negro, incluso esos que muestran la estética tan característica del cine mudo, o aquellos que tienen ya los rasgos identificables de las grandes superproducciones (en cinemascope y a todo technicolor), allí, dispuestos ante los ojos del público.
Cuando se ven las fotografías de cerca, los rostros son siempre familiares pero inasibles. Uno repasa el catálogo y no reconoce los nombres, ni las imágenes. Las escenas retratadas no nos son desconocidas pero no es posible ubicarlas.
Con extrañeza, y hasta con un poco de timidez, se termina siempre saliendo de la tienda, con una sensación de humildad, de ligero auto-reproche, dándole vueltas en la cabeza al catálogo personal de estrellas del cine clásico, al de las películas que vimos en las funciones televisivas de madrugada y en los canales de cine culto.
Es que la tienda vende la memorabilia de las películas que nunca se filmaron, de actores que nunca grabaron, que nunca fueron.
Allí, en una aparente tienda común, en medio del trajín de la zona más de moda de la ciudad, están a la venta los stills y los carteles de la película que pudo protagonizar alguna vez el abuelo. ¿Quién lo sabe? Tal vez, con un poco de suerte, podríamos encontrar los recuerdos de nuestros propios filmes.
miércoles, junio 04, 2003
martes, junio 03, 2003
Prefacio
Comienza hoy este diario. No le coloco una fecha porque realmente no le corresponde ninguna. Habiendo tantas fechas interesantes para iniciar con una bitácora, estoy arrancando esta sin un hito que la marque.
O tal vez sí. Tal vez sí se está dando el hito, la fecha especial: tan especial como cualquier otro día, tan importante como el reconocer que vale la pena tener una memoria propia de cosas, sentimientos, historias propias y plagiadas.
Mis amigos (BEF, Cinthya, Alberto, José María, Eugenia, Raquel) me han promovido tal idea.
Espero que tengan razón y que este cajón de sastre, este rincón para colocar borradores, no sea tan sólo un desperdicio de tiempo para el hipotético lector, ni un desperdicio de espacio en la memoria de algún servidor en la red.
Coloco pues, a manera de estandarte, esta pequeña introducción, este prólogo. Extraigo mi espada de la funda en la que se oxida y proclamo y reclamo, hoy, este sitio como mío, en mi nombre y a mi nombre.
Sea, pues, este, mi diario en el destierro.
Sea.
JF
Duque
Comienza hoy este diario. No le coloco una fecha porque realmente no le corresponde ninguna. Habiendo tantas fechas interesantes para iniciar con una bitácora, estoy arrancando esta sin un hito que la marque.
O tal vez sí. Tal vez sí se está dando el hito, la fecha especial: tan especial como cualquier otro día, tan importante como el reconocer que vale la pena tener una memoria propia de cosas, sentimientos, historias propias y plagiadas.
Mis amigos (BEF, Cinthya, Alberto, José María, Eugenia, Raquel) me han promovido tal idea.
Espero que tengan razón y que este cajón de sastre, este rincón para colocar borradores, no sea tan sólo un desperdicio de tiempo para el hipotético lector, ni un desperdicio de espacio en la memoria de algún servidor en la red.
Coloco pues, a manera de estandarte, esta pequeña introducción, este prólogo. Extraigo mi espada de la funda en la que se oxida y proclamo y reclamo, hoy, este sitio como mío, en mi nombre y a mi nombre.
Sea, pues, este, mi diario en el destierro.
Sea.
JF
Duque
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