Imágenes barcelonesas (V)
Debido a un auto impuesto retiro de las calles (retiro que después comentaré), había olvidado a la fauna que habita y transita en el metro.
Más que sentada, estaba echada sobre el asiento, con los pies recargados en el de enfrente y las rodillas recogidas. Aunque su delgadez era llamativa, el rasgo que más saltaba a la vista era su cabello color rosa violento, en donde se notaban ya unas profundas raíces rubias.
Tenía el pelo recogido en una cola de caballo y ésta pasaba por el hueco de atrás de una gorra de béisbol. Remarco mucho esto porque peleaba lenta y tenazmente por quitársela, con la mirada literalmente perdida y sin control completo de las manos.
En el tiempo en que la estuve observando (el necesario para viajar tres estaciones), perdió un par de veces la idea, la recuperó, desfalleció, lo intentó otra vez y, por fin, lo logró; sólo para intentar después volverse a colocar el gorro, ahora sin pasar el cabello por el aro.
Por un momento pensé en que sería una yonki callejera. Reforzaban mi idea su delgadez enfermiza, una cierta falta de limpieza en sus ropas y el rostro cenizo, sin brillo. Pero el pelo, las manos y la misma gorra, que intentaba colocarse una vez más, me hicieron cambiar de idea. Esas cosas estaban muy limpias.
Fea no era. Tal vez demasiado chata para mi gusto. Pero definitivamente su mirada sin brillo y la lentitud y descoordinación de sus movimientos cancelaban a mis ojos todo su posible atractivo. Su imagen me causó, me causa aún, cierta tristeza. Más bien, melancolía. Supongo que tienen razón quienes me han dicho que hay un límite a la cantidad de cosas que te puedes meter en el cuerpo.
Que se entienda, la suya no era una imagen de suciedad. Más bien, lo era de dejadez.
Reconocí entonces qué es lo que me causa tristeza y angustia cuando veo a otros como ella: la certeza que emiten de que han perdido el control.Por eso les temo: porque yo necesito tener el control todo el tiempo y no puedo pensar en que alguien lo pierda de manera voluntaria, reincidente, ni metódica, tal como me dio la impresión que lo hacía la chica del cabello rosa.
Debido a un auto impuesto retiro de las calles (retiro que después comentaré), había olvidado a la fauna que habita y transita en el metro.
Más que sentada, estaba echada sobre el asiento, con los pies recargados en el de enfrente y las rodillas recogidas. Aunque su delgadez era llamativa, el rasgo que más saltaba a la vista era su cabello color rosa violento, en donde se notaban ya unas profundas raíces rubias.
Tenía el pelo recogido en una cola de caballo y ésta pasaba por el hueco de atrás de una gorra de béisbol. Remarco mucho esto porque peleaba lenta y tenazmente por quitársela, con la mirada literalmente perdida y sin control completo de las manos.
En el tiempo en que la estuve observando (el necesario para viajar tres estaciones), perdió un par de veces la idea, la recuperó, desfalleció, lo intentó otra vez y, por fin, lo logró; sólo para intentar después volverse a colocar el gorro, ahora sin pasar el cabello por el aro.
Por un momento pensé en que sería una yonki callejera. Reforzaban mi idea su delgadez enfermiza, una cierta falta de limpieza en sus ropas y el rostro cenizo, sin brillo. Pero el pelo, las manos y la misma gorra, que intentaba colocarse una vez más, me hicieron cambiar de idea. Esas cosas estaban muy limpias.
Fea no era. Tal vez demasiado chata para mi gusto. Pero definitivamente su mirada sin brillo y la lentitud y descoordinación de sus movimientos cancelaban a mis ojos todo su posible atractivo. Su imagen me causó, me causa aún, cierta tristeza. Más bien, melancolía. Supongo que tienen razón quienes me han dicho que hay un límite a la cantidad de cosas que te puedes meter en el cuerpo.
Que se entienda, la suya no era una imagen de suciedad. Más bien, lo era de dejadez.
Reconocí entonces qué es lo que me causa tristeza y angustia cuando veo a otros como ella: la certeza que emiten de que han perdido el control.Por eso les temo: porque yo necesito tener el control todo el tiempo y no puedo pensar en que alguien lo pierda de manera voluntaria, reincidente, ni metódica, tal como me dio la impresión que lo hacía la chica del cabello rosa.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario