Imágenes barcelonesas (XII)
Me gusta caminar por las Ramblas, sobre todo de noche, cuando lo más estrafalario de la fauna humana sale a pasear. Es entonces que la calle es tomada por un ejército variopinto y surrealista.
Veo a las alemanas y a las nórdicas, jóvenes y delgadas, emperifolladas y sugerentes; a las francesas, de actitud altiva y desdeñosa; a las inglesas, faltas de garbo y ahogadas de borrachas. A las latinoamericanas, de voces escandalosas. A las chicas darkies, con sus cursis encajes y terciopelos negros. O a las hippies, de colores extravagantes y cuidadoso desaliño.
Y, sobre todo, a las españolas en general (y a las catalanas en lo particular): no puedo negar que son atractivas. Incluso guapas. Pero están perennemente enojadas.
Veo a las alemanas y a las nórdicas, jóvenes y delgadas, emperifolladas y sugerentes; a las francesas, de actitud altiva y desdeñosa; a las inglesas, faltas de garbo y ahogadas de borrachas. A las latinoamericanas, de voces escandalosas. A las chicas darkies, con sus cursis encajes y terciopelos negros. O a las hippies, de colores extravagantes y cuidadoso desaliño.
Y, sobre todo, a las españolas en general (y a las catalanas en lo particular): no puedo negar que son atractivas. Incluso guapas. Pero están perennemente enojadas.
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